Mi escaso conocimiento de la lengua inglesa incluye regularmente, aparte de una molesta frustración personal por las limitaciones comunicativas, algún que otro altercado intercultural más o menos grave.
* (Todo tiene su lado positivo, y esta carencia me ha llevado a desarrollar mi lenguaje no verbal hasta límites insospechados, soy capaz de decir “No me pongas hielo en mi cocacola y añade unos sobres de kétchup. ¿Teneis aritos de cebolla?” con solo un movimiento cejas.)
Como yo siempre he sido muy de estar a favor de la neurosis, cualquier pretexto me parece oportuno, así, si me hablan en ingles lo suficientemente rápido, y después intuyo que esperan algún tipo de respuesta, me acelero, especialmente si el anglófono de turno viste uniforme policial. Es irremediable, termino contestándoles en español, y como no me entienden, entonces termino gritándoles en español, por un reflejo irracional, y por que no decirlo, bastante gilipollas, que me lleva a asociar volumen y comprensión, elevando la voz por encima de la alarma del arco de detector de metales, que no deja de atronarme por la espalda, mientras yo me levanto la camisa para señalarme la bragueta, uno de los policías se echa la mano al gas pimienta en el hall del banco de Inglaterra, en cuya cúpula resuena una y otra vez "esto va a ser la hebilla del cinturón".
Por no aburriros no os detallo, el episodio en el que casi me desalojan de un centro de trabajo estatal, cuando, para culminar varios desencuentros lingüísticos, estando el funcionario al borde de la desesperación y yo en pleno éxtasis gestual para recalcar que era natural de Guadalajara, mis gafas de sol volaron desde el cuello de mi camiseta para terminar impactando en cabeza sajona.
Esa misma noche, tuve un sueño muy revelador. Yo estaba rodeado de una serie de complejas máquinas que me analizaban, al mando, una señorita en bata blanca, que al tiempo, resultados en mano, se acercaba a las principales autoridades británicas allí presentes, Isabel Segunda, David Cameron y Mick Jagger, para pedirles disculpas por haberme enviado al país, alegando no se que clase de error fatal. Se dibuja una mueca de desagrado en los ingleses, que se alejan mientras Jagger tararea “ I can´t get no satisfaction”.
Decido tomar cartas en el asunto, y a la mañana siguiente, encuentro unas clases de conversación de ingles para adultos, en la biblioteca pública de Willesden. Resultó ser un grupo solo de mujeres, todas de raza india, y servidor, rostro pálido. La mecánica es sencilla, la orientadora nos divide en dúos y nos reparte unas fotocopias, sobre algún determinado tema con una serie de preguntas alrededor de las cuales debemos establecer la conversación con nuestra pareja. Me resulta difícil entender el ingles, entender el ingles con acento hindú es casi imposible, entender el ingles con acento hindú de una viejecita sin dentadura es una empresa inutil. Las dos primeras clases le hablaba en ingles, siguiendo concienzudamente el guion impuesto por las fotocopias, a partir de la tercera clase, empecé a saltarme el libreto, y escogía tema libre, a partir de la quinta clase es cuando empecé a hablarle en español. La informo sobre los últimos fichajes del Real Madrid, que ella parece aprobar con una sonrisa, la pongo al día sobre las ultimas reivindicaciones de los indignados del 15m o sobre las molestias que me ocasiona la dispepsia intestinal. Y quiero pensar que ella, (nunca he llegado a distinguir si me habla en hindú o en ingles), me explica detalladamente las reglas del cricket o me revela los secretos milenarios de la cocina del arroz brasmatic.
P.D. : En la última clase, se presentó una española, también de edad considerable, pude charlar distendidamente en castellano, lo que a mi me pareción en principio un alivio, hasta que me extendió un folleto de los testigos de Jehová y me animo a que me acercara a la próxima reunión no se que día. Odio a esta gente, que me quiere solo por mi alma y no por mi caída de ojos.